Cómo medir el coste real de la complejidad en la supply chain
Durante años, la eficiencia logística se ha medido a través de indicadores clásicos: nivel de servicio, coste por pedido, productividad por operario o rotación del inventario. Sin embargo, en un entorno omnicanal, volátil y sujeto a múltiples picos de actividad, existe un factor que condiciona silenciosamente el rendimiento de cualquier cadena de suministro: la complejidad.
La complejidad no es un concepto abstracto. Se puede medir, comparar y gestionar. Y, cuando se ignora, se convierte en una de las mayores fuentes de coste oculto y pérdida de competitividad.
La complejidad como variable estratégica
La supply chain actual opera con más referencias, más canales, más destinos, más ventanas de entrega y más restricciones que nunca. Esta multiplicación de “micro-decisiones” genera un efecto acumulativo:
• más variabilidad,
• más rupturas,
• más inventario de seguridad,
• y más necesidad de coordinación.
La complejidad, cuando no se controla, se convierte en un lastre que endurece las operaciones y dificulta la toma de decisiones basada en datos.
Los drivers de complejidad más habituales
En SupplyChange observamos patrones constantes en clientes de retail, alimentación, editorial, salud o electrónica:
1. Complejidad de producto
— Catálogos muy amplios, ciclos de vida cortos, referencias de baja rotación.
— Diferencias de embalaje, medidas o requerimientos especiales.
2. Complejidad comercial
— Múltiples niveles de servicio según cliente.
— Personalización excesiva en la preparación de pedidos.
3. Complejidad de procesos
— Excepciones constantes que obligan a rutas o flujos alternativos.
— Dependencia elevada de procesos manuales.
4. Complejidad de distribución
— Más entregas por día, más destinos urbanos, más ventanas horarias.
— Restricciones ZBE, picos por campañas y variabilidad semanal.
Cada driver parece pequeño por sí solo, pero juntos generan un sobrecoste difícil de visualizar… salvo que se mida específicamente.
Cómo medir la complejidad: metodologías que funcionan
La clave no es eliminar complejidad, sino identificar cuál es rentable y cuál no.
1. Modelos ABC ampliados (ABC+)
Una categorización basada no solo en volumen/valor, sino en:
• variabilidad de demanda,
• coste de preparación,
• coste de fallo,
• criticidad.
El resultado: se distinguen productos “caros de gestionar” aunque sean de bajo valor económico.
2. Mapas de variabilidad operativa
Análisis que muestra dónde están las excepciones:
— qué pedidos requieren más minutos,
— qué clientes generan más incidencias,
— qué rutas tienen mayor desviación.
La variabilidad es el origen del coste oculto.
3. Modelos de coste por complejidad (Cost-to-Serve avanzado)
Permite cuantificar con precisión qué clientes, canales o servicios generan rentabilidad…
… y cuáles absorben recursos sin retorno.
No tiene un enfoque punitivo; es un instrumento para rediseñar el servicio, ajustar expectativas y equilibrar la propuesta de valor.
4. Árboles de decisión y análisis de trade-offs
Metodología que ayuda a responder:
— ¿Qué nivel de servicio es sostenible?
— ¿Qué procesos deben estandarizarse?
— ¿Qué SKU no justifican su permanencia?
— ¿Dónde invertir en automatización?
El resultado: decisiones más simples para un entorno complejo
Medir la complejidad no es hacer un diagnóstico; es habilitar un cambio.
Las empresas que lo aplican logran:
• una reducción del inventario innecesario,
• mejor previsión,
• rutas más estables,
• procesos más homogéneos,
• mayor satisfacción del cliente,
• y un ahorro directo en toda la cadena.
La supply chain no necesita ser más simple, sino estar mejor diseñada para gestionar la complejidad correcta.